¡Discúlpeme! Le dije.
Discúlpeme por ternele presente en mis pensamientos
y hacer de usted el centro de mi vida.
Discúlpeme por mirar de reojo a sus ojos
y no sostenerle la mirada.
Discúlpeme por darle la espalda al cruzarnos por el corredor
pero no hallo fuerzas para hacerle frente a la casualidad.
Discúlpeme por tartamudear en medio de la conversación
y parecer un completo idiota.
Discúlpeme por pensarle sin pedirle al menos permiso,
y más aún discúlpeme por abusar de usted en mi imaginación.
Pero si supiera tan solo la mitad de lo que he soñado, pensado y querido
me entendería y seguramente sería usted quien pidiera perdón.
Luises Pérez